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A partir de la lógica más básica de la economía, el trueque fue un reflejo de esa sociedad dolida que veía cómo se derrumbaba su clase media entre los años 2001 y 2002. Los registros informales indican que cinco millones de argentinos llegaron a intercambiar bienes o servicios con esa modalidad durante esos años. El fenómeno logró ser viralmente federal y no hubo provincia que no tuviera su propio “club de trueque”, como se llamó a estos espacios de encuentro de necesidades. La recesión, el desempleo, la caída en los sueldos públicos, las cuasi monedas, el corralito y el corralón fueron parte de la repentización de un fenómeno que en realidad ya tenía antecedentes. “Nosotros en 1995 habíamos comenzado con un club de trueque en Bernal, que juntaba a un grupo reducido de personas”, cuenta Rubén Ravera, uno de los creadores de esa idea y cara visible del boom durante la crisis.
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